sábado, 26 de febrero de 2022

El cielo es azul, la tierra blanca (fragmento)

 - ¿Qué estoy haciendo aquí? - pregunté. El maestro abrió los ojos, sorprendido.
- ¿No te acuerdas? Empezaste a gritar pidiéndome que te llevara a mi casa.
- ¿En serio? - dije, y me dejé caer de nuevo en el suelo. Apreté la mejilla contra el tatami. Mi melena se esparció por el suelo, enredada. Contemplé las nubes que surcaban el cielo nocturno. En ese momento supe que no quería ir de viaje con Takashi Kojima. Tumbada en el suelo, con la mejilla apoyada en el tatami, evoqué la vaga incomodidad que sentía cada vez que estaba con él. Era una molestia casi imperceptible, pero que nunca se desvanecía del todo. 
-Tengo la marca del tatami en la cara- le dije al maestro desde el suelo.
-¿Dónde?- preguntó. Rodeó la mesita y se me acercó-. Es verdad. Está perfectamente marcado.
Me acarició suavemente la mejilla. Tenía los dedos fríos. Parecía más alto, quizá porque lo veía desde el suelo.
-Tienes las mejillas ardiendo, Tsukiko.
Siguió acariciándome. Las nubes pasaban rápidamente. Ocultaban la luna por completo y la descubrían un instante más tarde. 
-Es por el alcohol- le respondí. El maestro se tambaleó ligeramente. Él también parecía ebrio. 
- ¿Quiere que vayamos juntos de viaje, maestro? Propuse.
-¿Adónde quieres ir?
- A algún lugar donde podamos comer unas buenas truchas.
-Con las truchas de Satoru tengo más que suficiente- replicó él, y apartó la mano de mi cara.
-Pues vayamos a un balneario de montaña.
-No tenemos por qué ir tan lejos. Cerca de aquí hay balnearios que no están nada mal- protestó. Se sentó en el suelo sobre los talones, a mi lado. Ya no se tambaleaba. Estaba tan tieso como siempre.
-Quiero que vayamos juntos a algún lugar- insistí. Me incorporé y lo miré directamente a los ojos. 
-No iremos a ningún sitio- respondió él, aguantándome la mirada.
-¡Yo quiero ir de viaje con usted!
Por culpa del alcohol, no era consciente de todo lo que decía. En realidad sabía perfectamente de qué estaba hablando, pero mi cerebro sólo quería comprenderlo a medias.
-¿Adónde iríamos tú y yo solos, Tsukiko?
-Con usted iría al fin del mundo, maestro- grité.
El viento soplaba con más intensidad y las nubes cruzaban el cielo rápidamente. El ambiente estaba cargado de humedad. 
-Tranquilízate, Tsukiko- me advirtió el maestro.
-Estoy muy tranquila.
-Deberías volver a casa y descansar.
-No quiero volver a casa
-No seas cabezota.
-No soy cabezota, lo que pasa es que estoy enamorada de usted. 
Tan pronto lo hube dicho, me invadió una oleada de turbación.
Había metido la pata. Un adulto debe evitar palabras que puedan desconcertar a los demás y nunca debe decir nada de lo que pueda avergonzarse a la mañana siguiente.
Pero ya era tarde. Quizá se me había escapado por falta de madurez. Yo nunca sería tan adulta como Takashi Kojima.
-Estoy enamorada de usted - repetí, como si quisiera asegurarme la victoria. El maestro me miraba perplejo.
Un trueno retumbó cerca de allí, y el destello fugaz de un relámpago iluminó las nubes. Unos segundos más tarde se oyó otro trueno. 
-El cielo se ha vuelto loco porque tú te has vuelto loca, Tsukiko- musitó el maestro, asomándose al balcón. 
-No me he vuelto loca- protesté. Él rió amargamente.
-El temporal está a punto de empezar. 
Cerró la puerta corrediza, que se deslizó con un chirrido. Los relámpagos caían con con más frecuencia y los truenos retumbaban muy cerca de allí. 
-Tengo miedo, maestro- dije, y me acerqué a él. 
-No tengas miedo. Sólo es una tormenta con mucho aparato eléctrico-respondió con calma, mientras trataba de esquivarme. De rodillas, hice un nuevo intento de aproximación. Mi miedo a los truenos era auténtico.
-Diga lo que diga, yo estoy muerta de miedo- repetí, con los dientes fuertemente apretados. El estruendo de los truenos era cada vez más intenso. El fulgor de un relámpago iluminó el cielo, y justo después un fuerte chasquido resquebrajó el silencio nocturno. Había empezado a llover. La lluvia caía oblicuamente y repiqueteaba con fuerza contra los cristales del ventanal. 
-Tsukiko- Dijo el maestro, observándome. Yo me tapaba los oídos con las manos. Estaba sentada a su lado con el cuerpo tenso-. Veo que estás pasando miedo de verdad. 
Afirmé con la cabeza, sin despegar los labios. El maestro asintió con aire grave. Luego se echó a reír. 
-Eres una chica peculiar-observó intrigado-. Ven aquí. Te abrazaré. 
El maestro me atrajo hacia sí. Su aliento olía a alcohol y su pecho rezumaba el aroma dulzón del sake. Acomodó la parte superior de mi cuerpo en su regazo y me estrechó firmemente. 
-Maestro- susurré. Mi voz sonó tan débil como un suspiro.
-Tsukiko- respondió él. Pronunció mi nombre con claridad, como suelen hacerlo los profesores-. 
Las niñas no deben decir cosas raras. Y alguien como tú, qué teme a los truenos, no es más que una niña.
Soltó una sonora carcajada que se mezcló con el estruendo del temporal. 
-Pero yo le quiero de verdad, maestro- intenté defenderme, pero mi voz quedó sofocada por el ruido de la tormenta y las carcajadas del maestro. 
Los truenos eran cada vez más intensos. Estaba lloviendo a cántaros. El maestro reía. Yo permanecía en su regazo sin saber qué hacer. ¿Qué diría Takashi Kojima si se encontrara en mi situación?
Nada tenía sentido. Era absurdo que yo le hubiera dicho al maestro que estaba enamorada de él y que él estuviera tan tranquilo a pesar de que aún no me había dado una respuesta. Aquellos truenos repentinos también eran irreales, así como la asfixiante humedad que se había instalado en la salita desde que el maestro había cerrado la ventana. Todo parecía un sueño.
-¿Estoy soñando, maestro?- le pregunté.
-Sí, es probable. Podría ser un sueño- me respondió con aire divertido.
-¿Cuándo me despertaré?
-Quién sabe.
-Yo no quiero despertarme. 
-Pero si es un sueño, tarde o temprano te despertarás.
Los relámpagos centelleaban y los truenos retumbaban. Tenía los músculos de todo el cuerpo agarrotados. El maestro me acariciaba la espalda. 
-No quiero despertar- repetí 
-Yo tampoco- dijo él.
La lluvia repiqueteaba contra el techo. Yo estaba en el regazo del maestro, tensa. Él me acariciaba la espalda dulcemente.


(Hiromi Kawakami) 



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