sábado, 14 de junio de 2014

La elegancia del erizo (fragmento II)

 Ansío las estrellas 
mas abocada estoy   
a la pecera          


Aparentemente, de vez en cuando los adultos se toman el tiempo de sentarse a contemplar el desastre de sus vidas. Entonces se lamentan sin comprender y, como moscas que chocan una y otra vez contra el mismo cristal, se inquietan, sufren, se consumen, se afligen y se interrogan sobre el engranaje que los ha conducido allí donde no querían ir. Los más inteligentes llegan incluso a hacer de ello una religión: ¡ah, la despreciable vacuidad de la existencia burguesa! Hay cínicos de esta índole que comparten mesa con papá: "¿Qué ha sido de nuestros sueños de juventud?", preguntan con aire desencantado y satisfecho. "Se han desvanecido, y cuan perra es la vida...". Odio esta falsa lucidez de la edad madura. La verdad es que son como todos los demás: chiquillos que no entienden qué les ha ocurrido y que van de duros cuando en realidad tienen ganas de llorar. 
Sin embargo, es fácil de comprender. El problema está en que los hijos se creen lo que dicen los adultos y, una vez adultos a su vez, se vengan engañando a sus propios hijos. "La vida tiene un sentido que los adultos conocen" es la mentira universal que todos creen por obligación. 
Cuando, una vez adulto, uno comprende que no es cierto, ya es demasiado tarde. El misterio permanece intacto, pero hace tiempo que se ha malgastado en actividades estúpidas toda la energía disponible. Ya no le queda a uno más que anestesiarse  como puede tratando de enmascarar el hecho de que no le encuentra ningún sentido a la vida, y engaña a sus propios hijos para intentar convencerse mejor a sí mismo. De entre las personas que frecuenta mi familia, todas han seguido el mismo camino: una juventud dedicada a tratar de rentabilizar la propia inteligencia, a exprimir como un limón el filón de los estudios y a asegurarse una posición de élite; y luego toda una vida dedicada a preguntarse con estupefacción por qué tales esperanzas han dado como fruto una existencia tan vana. La gente cree ansiar y perseguir las estrellas, pero termina como peces de colores en una pecera. Me pregunto si no sería más sencillo enseñarles a los niños desde el principio que la vida es absurda. Ello le robaría algunos buenos momentos a la infancia, pero permitiría que el adulto ganara un tiempo considerable (por no hablar de que uno se ahorraría al menos un trauma: el de la pecera).
En lo que a mí respecta, tengo doce años, vivo en la calle Grenelle, número 7, en un piso de ricos. Mis padres son ricos, mi familia es rica y por consiguiente mi hermana y yo somos virtualmente ricas...

...Pese a ello, pese a toda esta suerte y toda esta riqueza, hace mucho tiempo que sé que el destino final es la pecera. ¿Que cómo lo sé? Pues porque da la casualidad de que soy muy inteligente. Excepcionalmente inteligente, incluso. Como no me apetece mucho llamar la atención, y en una familia en la que la inteligencia se considera un valor supremo a una niña superdotada no la dejarían nunca en paz, en el colegio trato de hacer menos de lo que podría, pero aún así siempre soy la primera en todo. Hay quien podría pensar que resulta fácil hacerse pasar por alguien con una inteligencia normal cuando, como yo, a los doce años se tiene el nivel de una universitaria de una facultad de dificultad superior. Pero ¡no, en absoluto! Hay que esforzarse mucho por parecer más tonto de lo que se es...

...No me siento especialmente orgullosa porque tampoco es que el mérito sea mío. Pero lo que está claro es que yo no pienso terminar en la pecera. He reflexionado mucho antes de tomar esta decisión. 
Incluso para una persona tan inteligente como yo, con tanta facilidad para los estudios, tan diferente de los demás y tan superior a la mayoría de la gente, mi vida ya está toda trazada, lo cual es tristísimo: nadie parece haber caído en la cuenta de que si la existencia es absurda, lograr en ella un éxito brillante no tiene más valor que fracasar por completo. Simplemente es más cómodo. O ni siquiera: creo que la lucidez hace amargo el éxito, mientras que la mediocridad alberga siempre alguna esperanza. 

Por muy inteligente que yo sea, no sé cuánto tiempo aún podré  luchar contra esta tendencia biológica... 
... Por eso he tomado una decisión: al final de este curso, el día en que cumpla 13 años, el próximo 16 de junio, me suicidaré. 

La elegancia del erizo (fragmento)





"La aparición de las cintas de vídeo y, más adelante, del dios DVD, cambió las cosas de manera aún más radical en lo que a mi beatitud se refiere. Como no es muy frecuente que una portera disfrute con Muerte en Venecia, y que de la portería provengan notas de Mahler, recurrí a los ahorros conyugales, con tanto esfuerzo reunidos, y adquirí otro aparato que instalé en mi escondrijo. 
Mientras, garante de mi clandestinidad, el televisor de la portería berreaba sin que yo lo oyera insensateces para cerebros poco o nada refinados, yo podía extasiarme, con lágrimas en los ojos, ante los milagros del Arte." 


lunes, 2 de junio de 2014

La doctora Cole (Noah Gordon)

Tercer y último libro de la trilogía de la familia Cole. Qué puedo decir, me ha encantado, la descripción del pueblecito, el río, el bosque... casi podía sentir que yo misma vivía allí. Por otra parte es un reflejo perfecto del sistema sanitario en EE.UU., del que hace una dura crítica y pone de relieve sus múltiples deficiencias. 

"Una abogada convertida en médica, especialista en las enfermedades causadas por los errores de médicos y hospitales, alguien que examinaba el trabajo de sus iguales y los juzgaba, y que a menudo les hacía perder dinero. En sus comienzos, algunos de sus colegas la llamaban "la doctora chivata", sobrenombre que ella ostentaba con orgullo. El director médico vio cómo la doctora chivata sobrevivía y prosperaba hasta que llegó a convertirse en la doctora Cole, aceptada porque era honrada y tenaz."
"Era una doctora de medicina general interesada en la medicina familiar, en un hospital que no tenía un departamento de medicina familiar. Eso la convertía en una especie de factótum, una jugadora comodín. Su trabajo para el hospital y la facultad de medicina caía entre los límites de los diferentes departamentos: recibía pacientes embarazadas, pero alguien de obstetricia atendía el parto; del mismo modo, casi siempre enviaba sus pacientes a un cirujano, a un gastroenterólogo o a cualquiera entre más de una docena de especialistas. Por lo general no volvía a ver más al paciente..."
"...hacía ya mucho tiempo que la práctica de la medicina había dejado de proporcionarle placer. Dedicaba demasiado tiempo a repasar y firmar documentos de seguros: un impreso especial si alguien necesitaba oxígeno, un impreso especial largo para esto, un impreso especial corto para aquello, por duplicado, por triplicado, impresos distintos para cada compañía de seguros. 
Sus visitas en el consultorio tendían a ser breves e impersonales. Anónimos expertos en eficacia de las compañías de seguros habían determinado cuánto tiempo y cuántas visitas podía conceder a cada paciente, quién debía ser rápidamente despachado a análisis, a rayos X, a ultrasonidos, a resonancia magnética, los procedimientos que hacían casi todo el trabajo de diagnóstico y que la protegían contra juicios por negligencia profesional. No tenía tiempo ni ocasión para relacionarse con sus pacientes como personas, para ser una verdadera médica."