jueves, 27 de agosto de 2020

Un grito de amor desde el centro del mundo (fragmento IV)

 Media hora después, los padres de Aki salieron de la habitación. Su madre, presionándose el pañuelo contra los ojos, me dijo con voz lacrimosa:

-Ve con ella.

Siguiendo las indicaciones de la enfermera, me puse ropa aséptica, el gorro, los guantes. Aki estaba en una habitación aislada. Llevaba la aguja de la instilación en un brazo y la máscara de oxígeno. Cuando le tomé la mano libre, abrió los ojos en silencio. Estábamos solos en la habitación.

-Tenemos que despedirnos -dijo ella-. Pero no estés triste.

Sacudí la cabeza con desmayo. 

-Dejando aparte que mi cuerpo ya no estará aquí, no hay por qué estar triste -prosiguió tras hacer una pausa-. Y sí, ¿sabes? me da la sensación de que el paraíso sí existe. Empiezo a sentirme como si esto ya lo fuera.

-Vendré enseguida- logré decirle, al fin.

-Te espero -Aki esbozó una sonrisa fugaz-. No hace falta que te des prisa. Aunque no esté aquí, yo siempre estaré contigo.

-Ya lo sé.

-Encuéntrame otra vez, ¿vale?

-Te encontraré enseguida. 




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