viernes, 21 de agosto de 2020

Un grito de amor desde el centro del mundo (fragmento III)

 De pronto, tuve una horrible certeza. Por más tiempo que viviera, jamás podría esperar una felicidad mayor que la que sentía en aquel momento. Lo único que podía hacer era intentar conservarla para siempre. Me horrorizó la felicidad que sentía. Si la porción de dicha que corresponde a cada uno estaba fijada de antemano, en aquellos instantes quizá estuviera agotando la parte que a mí me correspondía para mi vida entera, y, algún día, los mensajeros de la luna me arrebatarían a mi princesa. Entonces sólo me quedaría un tiempo tan largo como la vida eterna. 

De pronto, me di cuenta de que Aki me estaba mirando. ¿Tan seria era mi expresión? Porque la sonrisa que ella esbozaba se borró súbitamente de su rostro. 

-¿Qué te pasa?

Negué con un forzado movimiento de cabeza.

-Nada.

Después de clase, todos los días regresábamos juntos a casa. Recorríamos el camino de vuelta tan despacio como nos era posible. A veces, para disponer de más tiempo, dábamos un rodeo. Con todo, en un santiamén llegábamos a la bifurcación donde teníamos que separarnos. Era extraño. Aquel camino, cuando lo recorría solo, me parecía largo y aburrido, pero cuando iba con Aki, charlando, hubiera querido seguir andando eternamente. Ni siquiera notaba el peso de la cartera atiborrada de libros de texto y diccionarios.

<<Posiblemente, en la vida nos ocurra lo mismo>>, pensé unos años más tarde. <<Una vida solitaria se hace larga y tediosa. Sin embargo, cuando la compartes con la persona amada, en un santiamén llegas a la bifurcación donde tienes que decirle adiós>>. 

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