miércoles, 24 de febrero de 2010

El hombre-masa

Fragmento extraído del prólogo para franceses de "La rebelión de las masas", de José Ortega y Gasset (y al leer esto alguno se preguntará: ¿quiénes son esos?).

"Esta muchedumbre de modos europeos que brota constantemente de su radical unidad y revierte a ella manteniéndola, es el tesoro mayor del Occidente. Los hombres de cabezas toscas no logran pensar una idea tan acrobática como ésta en que es preciso brincar, sin descanso, de la afirmación de la pluralidad al reconocimiento de la unidad y viceversa. Son cabezas pesadas nacidas para existir bajo las perpetuas tiranías de Oriente.
Triunfa hoy sobre todo el área continental una forma de homogeneidad que amenaza consumir por completo aquel tesoro. Dondequiera ha surgido el hombre-masa, un tipo de hombre hecho de prisa, montado nada más que sobre unas cuantas y pobres abstracciones y que, por lo mismo, es idéntico de un cabo de Europa al otro. A él se debe el triste aspecto de asfixiante monotonía que va tomando la vida en todo el continente. Este hombre-masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas "internacionales". Más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre constituído por meros idola fori; carece de un "dentro", de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga -sine nobilitate- snob*.


* En "Sobre los Estados Unidos" (1932), Ortega definía al snob del modo siguiente: El snob aprecia una cosa, no por convicción directa de su valor, sino porque ve que es apreciada por los demás, esto es, porque ha triunfado ya o se presume que va a triunfar.

domingo, 21 de febrero de 2010

La multitud errante


Usando como escenario una guerra que ya ha durado demasiados años, la autora nos cuenta la historia de un hombre sin nombre (Siete por Tres) que vaga por los montes, las ciudades, los pueblos buscando a una mujer, la mujer que le acogió en su seno cuando sólo era un niño y apareció abandonado, envuelto en unos trapitos. Es la historia de la búsqueda de todos los hombres, del desarraigo, de la persecución, la historia de todo lo que una guerra va dejando tras de sí. Pero a veces, es la propia búsqueda, la obsesión del reencuentro la que nos ciega y nos impide ver la realidad.

"¿Cómo puedo yo decirle que nunca la va a encontrar, si ha gastado la vida buscándola?
Me ha dicho que le duele el aire, que la sangre quema sus venas y que su cama es de alfileres, porque perdió a la mujer que ama en alguna de las vueltas del camino y no hay mapa que le diga dónde hallarla. La busca por la corteza de la geografía sin concederse un minuto de tregua ni de perdón, y sin darse cuenta de que no es afuera donde está sino que la lleva adentro, metida en su fiebre, presente en los objetos que toca, asomada a los ojos de cada desconocido que se le acerca.
-El mundo me sabe a ella- me ha confesado-, mi cabeza no conoce otro rumbo, se va derecho donde ella.
Si yo pudiera hablarle sin romperle el corazón se lo repetiría bien claro, para que deje sus desvelos y errancias en pos de una sombra. Le diría: tu Matilde Lina se fue al limbo, donde habitan los que no están ni vivos ni muertos.

Pero sería segar las raíces del árbol que lo sustenta. Además para qué, si no habría de creerme. Sucede que él también, como aquella mujer que persigue, habita en los entresueños del limbo y se acopla, como ella, a la nebulosa condición intermedia. En este albergue he conocido a muchos marcados por ese estigma: los que van desapareciendo a medida que buscan a sus desaparecidos. Pero ninguno tan entregado como él a la tiranía de la búsqueda.

-Ella anda siguiendo, como yo, la vida- dice empecinado, cuando me atrevo a insinuarle lo contrario.

He llegado a creer que esa mujer es ángel tutelar que no da tregua a su obsesión de peregrino. Va diez pasos adelante para que él alcance a verla y no pueda tocarla; siempre diez pasos infranqueables que quieren obligarlo a andar tras ella hasta el último día de la existencia."


Laura Restrepo

sábado, 13 de febrero de 2010

La sombra del águila

"España. Maldito el día que decidí meterme en semejante berenjenal. Eso ni era guerra ni era nada; una pesadilla es lo que era, con el calor y las moscas y aquellos frailes con canana y pistoleras, y los guerrilleros cazándonos correos en cada vereda, y cuatro baturros con una bota de vino y una guitarra descalabrándome a las tropas imperiales a las puertas de Zaragoza mientras los ingleses sacaban tajada como de costumbre. Cada vez que miro uno de esos grabados del tal Goya me vienen a la memoria aquellos desgraciados con sus ojos de desesperación, engañados por reyes, generales y ministros durante siglos de hambre y miseria, analfabetos e ingobernables, con su orgullo y su furia homicida como único patrimonio. ¡Aquellas navajas, Les Cases, que daba miedo verlas! Mis generales todavía tienen pesadillas en que salen esas navajas donde ponía Viva mi dueño y hacían siete veces clac al abrirse. Esos bárbaros heridos de muerte, cegados por su propia sangre, que aún buscaban a tientas las junturas del peto del coracero para meterle la hoja de dos palmos hasta las cachas y llevárselo por delante, con ellos, al infierno. En España metimos bien la gamba, Beltrand. Cometí el error de darles a esos fulanos lo único que les devuelve su dignidad y su orgullo: un enemigo contra el que unirse, una guerra salvaje, un objeto para desahogar su indignación y su rabia. En Rusia me venció el invierno, pero quien me venció en España fueron aquellos campesinos bajitos y morenos que nos escupían a la cara mientras los fusilábamos. Aquellos hijoputas me llevaron al huerto a base de bien, se lo aseguro. España es un país con muy mala leche."

Arturo Pérez Reverte

La sombra del águila

"Así que las primeras señales de lo que iba a ocurrir llegaron un poco más tarde, cuando los cuatro o cinco mil rusos que holgazaneaban sobre la hierba vieron aparecer, de pronto, una compacta fila de uniformes azules que se dirigía hacia ellos a la carrera y pegando unos gritos que helaban la sangre. Mucho se ha discutido después la reacción de los ruskis, pero en esencia fue del tipo anda, Vladimir, qué cosa más rara, por ese lado debían estar nuestros artilleros y resulta que aparecen otros con uniforme azul, yo creía que iban de verde los nuestros, te vas a reír pero por un momento he creído que eran franceses, fíjate, si hasta la bandera parece francesa, estoy de lo más tonto esta mañana, cómo van a ser franceses si están hechos polvo en el flanco derecho. El caso es que, bien mirado, esa bandera no parece nuestra, ¿verdad? Oye pues ahora que lo dices, tampoco eso que gritan me suena a ruso. Vaspaña, algo así como Vaspaña, pero francés tampoco es. A ver. Espera. Trae el catalejo. Hostia, Vladimir. Los franceses...

... Nadie ataca así, en línea recta y a la bayoneta, a puro huevo, si no lo tiene muy claro. Así que espérame un momento, Vladimir, que ahora vuelvo. Sí, a retaguardia voy. A por tabaco."

(Arturo Pérez Reverte)