miércoles, 27 de agosto de 2025

Ojos de perro Azul (fragmento II)

 De pronto notó que se le había derrumbado su belleza, que llegó a dolerle físicamente como un tumor o como un cáncer. Todavía recordaba el peso de ese privilegio que llevó sobre su cuerpo durante la adolescencia y que ahora había dejado caer -quién sabe dónde- con un cansancio resignado, con un último gesto de animal decadente. Era imposible seguir soportando esa carga por más tiempo. Había que dejar en cualquier parte ese inútil adjetivo de su personalidad; ese pedazo de su propio nombre que a la fuerza de acentuarse había llegado a sobrar. Sí; había que abandonar la belleza en cualquier parte; a la vuelta de una esquina, en un rincón suburbano. O dejarla olvidada en el ropero de un restaurante de segunda clase como un viejo abrigo inservible. Estaba cansada de ser el centro de todas las atenciones, de vivir asediada por los ojos largos de los hombres. En la noche, cuando clavaba en sus párpados los alfileres del insomnio, hubiera deseado ser mujer ordinaria, sin atractivos. Dentro de las cuatro paredes de su habitación todo le era hostil. Desesperada, sentía prolongarse la vigilia por debajo de su piel, por su cabeza, empujando la fiebre hacia arriba, hacia la raíz de su cabello. Era como si sus arterias se hubieran poblado de unos insectos diminutos y calientes que con la cercanía de la madrugada, diariamente, se despertaran y recorrían con sus patas movedizas, en una desgarradora aventura subcutánea, ese pedazo de barro frutecido donde se había localizado su belleza anatómica. En vano luchaba por ahuyentar aquellos animales terribles. No podía. Eran parte de su propio organismo. Habían estado allí, vivos, desde mucho antes de su existencia física. Venían desde el corazón de su padre, que los había alimentado dolorosamente en sus noches de soledad desesperada. O tal vez habían desembocado a sus arterias por el cordón que la llevó atada a su madre desde el principio del mundo. Era indudable que esos insectos no habían nacido espontáneamente dentro de su cuerpo. Ella sabía que venían de atrás, que todos los que llevaron su apellido tuvieron que soportarlos, que tuvieron que sufrirlos como ella cuando el insomnio se hacía invencible hasta la madrugada. Eran esos insectos los mismos que pintaban ese gesto amargo, esa tristeza inconsolable en el rostro de sus antepasados. Ella los había visto mirar desde su apagada existencia, desde su retrato antiguo, víctimas de esa misma angustia. Todavía recordaba el rostro inquietante de la bisabuela que, desde su lienzo envejecido, pedía un minuto de descanso, un segundo de paz a esos insectos que allá, en los canales de su sangre, seguían martirizándola y embelleciéndola despiadadamente. No; esos insectos no eran suyos. Venías transmitiéndose de generación en generación, sosteniendo con su diminuta armadura todo el prestigio de una casta selecta, dolorosamente selecta. Esos insectos habían nacido en el vientre de la primera madre que tuvo una hija bella. Pero era necesario, urgente, detener esa herencia. Alguien tenía que renunciar a seguir transmitiendo esa belleza artificial. De nada valía a las mujeres de su estirpe admirarse detener sí mismas al regresar del espejo, si durante las noches esos animales hacían su labor lenta y eficaz, sin descanso, con una constancia de siglos. Ya no era una belleza, era una enfermedad un detener, que había que cortar en forma enérgica y radical. 
Todavía recordaba las horas interminables en aquel lecho sembrado de agujas calientes. Aquellas noches en que ella trataba de empujar el tiempo para que con la llegada del día esas bestias dejaran de doler. ¿De querer servía una belleza así?

(Gabriel García Márquez)

jueves, 14 de agosto de 2025

Ojos de perro azul (fragmento)

     Lo cubrieron de blanco y alrededor de su mandíbula apretaron un pañuelo. Se sintió bello envuelto en su mortaja; mortalmente bello.
    Estaba en su ataúd, listo a ser enterrado, y sin embargo, él sabía que no estaba muerto. Que si hubiera tratado de levantarse lo hubiera hecho con toda facilidad. Al menos «espiritualmente». Pero no valía la pena. Era mejor dejarse morir allí; morirse de «muerte», que era su enfermedad. Hacía tiempo que el médico había dicho a su madre, secamente:
-Señora, su niño tiene una enfermedad grave: está muerto. Sin embargo -prosiguió-, haremos todo lo posible por conservarle la vida más allá de la muerte. Lograremos que continúen sus funciones orgánicas por un complejo sistema de autonutrición. Sólo variarán las funciones motrices, los movimientos espontáneos. Sabremos de su vida por el crecimiento que continuará también normalmente. Es simplemente «una muerte viva». Una real y verdadera muerte...

(Gabriel García Márquez)



jueves, 31 de julio de 2025

Su cuerpo y otras fiestas (fragmento)

 -Ay, Dios. Me he quedado hecha polvo. Estás loca. Loca de atar. Vas por ahí murmurando y mirando todo el rato. ¿A ti qué te pasa? Debería darte vergüenza.

Di un paso hacia ella.

-Si quiero residir en mi propia mente, estoy en mi derecho. En mi derecho, ¿entiendes? -recalqué-. Estoy en mi derecho de ser poco sociable y estoy en mi derecho de ser desagradable. ¿Tú te has oído? Esto es una locura, esto es una locura, para ti todo es una locura. ¿Con qué rasero? Pues nada, estoy en mi derecho de estar loca, como tanto te gusta decir. No me avergüenzo. He sentido muchas cosas a lo largo de mi vida, pero la vergüenza no es una de ellas. -El volumen que había alcanzado mi voz me hizo ponerme de puntillas. No recordaba haber gritado nunca de esa manera, jamás-. A lo mejor crees que tengo alguna obligación contigo, pero te aseguro que el hecho de que nos hayan arrojado juntas a este contrato arbitrario no implica cohesión alguna. Nunca en mi vida he sentido menos obligación hacia nadie, mujer agresiva y ordinaria. 

(Carmen María Machado)

viernes, 18 de abril de 2025

La dependienta (fragmento)

 ―Esto es lo que descubrí: que el mundo no ha cambiado nada desde la Edad de Piedra. Las personas que no aportan nada a la comunidad son marginadas, como los hombres que no cazan o las mujeres que no tienen hijos. Aunque digan que la sociedad actual es individualista, quienes no se esfuerzan por establecer algún vínculo con la comunidad reciben toda clase de presiones y coacciones hasta que, al final, se les expulsa. 
 ―Te gusta mucho hablar de la Edad de Piedra, ¿Verdad?
 ―No me gusta, ¡lo odio! Pero el mundo en el que vivimos es la Edad de Piedra disfrazada de sociedad moderna. 

(Sayaka Murata)

lunes, 19 de agosto de 2024

Tokio blues (fragmento V)

 Cuando vienen de visita mis familiares y comemos aquí juntos, todos dejan la mitad del plato. Como tú. Y cuando ven que yo lo como todo, ¿sabes qué me dicen?
«Oh, Midori. ¡Qué suerte tienes de estar tan bien! Yo me siento tan conmovida que no puedo comer.» ¡Pero quien cuida al enfermo soy yo! No es broma. Los demás se limitan a venir de vez en cuando a compadecerse. Y yo soy quien le quita la mierda, y saca las flemas y le enjuga el cuerpo. Si la compasión bastara para limpiar la mierda, yo me compadecería cincuenta veces más que cualquiera de ellos. Sin embargo, cuando termino la comida todos me miran reprochándome: «¡Qué suerte tienes de estar tan bien!».
Quizá todos me toman por una burra de carga. Ya son mayorcitos, ¿no crees? ¿Por qué no entienden todavía de qué va el mundo? Hablar es muy fácil. Lo importante es limpiar la mierda o no hacerlo. Yo también me siento herida en ocasiones. Y también me quedo sin fuerzas. A mí también me entran ganas de ponerme a llorar. Imagínate. Pese a no tener ninguna esperanza de curación, los médicos le abren la cabeza y se la remueven, una y otra vez, y siempre empeora y va perdiendo poco a poco facultades, y yo soy testigo de ello y no puedo ayudarle en nada. ¡Esto no hay quien lo soporte! Además, ves cómo tus ahorros van fundiéndose. No sé si podré seguir yendo a la universidad los tres años y medio que me quedan, y mi hermana mayor, tal como están las cosas, no podrá casarse. 

(Haruki Murakami)

viernes, 26 de abril de 2024

Tokio Blues (fragmento IV)

"Ya te decía en la carta que soy un ser mucho más imperfecto de lo que puedas imaginarte. Estoy mucho más enferma de lo que crees, las raíces son mucho más profundas. Por eso quiero que, si puedes, sigas con tu vida. No me esperes. Si te apetece acostarte con otras chicas, hazlo. No te reprimas por mi causa. Haz todo lo que quieras. Si no, podría acabar convirtiéndote en mi compañero de viaje, y eso es algo que no quiero que suceda jamás. Me niego a interferir en tu vida, ni en la vida de nadie. Tal como te he dicho antes, ven a visitarme de vez en cuando y acuérdate siempre de mí. Eso es lo único que deseo."

(Haruki Murakami)

martes, 23 de abril de 2024

Tokio Blues (fragmento III)

-Si llegas a entenderme, ¿Qué sucederá entonces? 
-Eso no lo tienes muy claro, ¿verdad? No se trata de lo que pueda suceder. En este mundo hay a quien le gusta saber los horarios de los medios de transporte y se pasa el día comprobándolos. También hay quien hace barcos de un metro de largo encolando palillos. Por lo tanto, no es tan raro que haya por lo menos una persona que quiera entenderte, ¿no te parece?
-¿Como una especie de pasatiempo?- dijo Naoko divertida.
-Si quieres, puedes llamarlo así. En general, las personas lo llaman simpatía o amor, pero si tú quieres llamarlo pasatiempo puedes hacerlo.
-¿A ti también te gustaba Kizuki?
-Por supuesto- respondí.
-¿Y Reiko?
-Me encanta. Es una buena persona.
-¿Por qué te gusta siempre este tipo de gente?- preguntó Naoko-. Todos somos personas que nos hemos doblado en algún punto, que nos hemos torcido, que no hemos podido mantenernos a flote y nos hemos hundido deprisa. Yo, Kizuki, Reiko. A todos nos ha ocurrido lo mismo. ¿Por qué no te gusta la gente corriente?
-A mí no me da esta impresión.- respondí tras reflexionar unos instantes-. No me parece que ni tú, ni Kizuki, ni Reiko estéis "torcidos". La gente que a mí me parece "torcida" pasea por la calle tan campante. 
-Pero nosotros estamos torcidos. Yo misma me doy cuenta- replicó Naoko.
Anduvimos un rato en silencio. El camino se separaba de la empalizada de los pastos y desembocaba en un prado con forma circular rodeado de árboles, parecido a un pequeño lago. 
-A veces me despierto aterrada en medio de la noche.- Naoko pegó su cuerpo al mío-. Pienso que no me recuperaré, que pasarán los años y me pudriré aquí. Y, al imaginarlo, siento cómo se me hiela la sangre. Es una sensación amarga, fría."

(Haruki Murakami)

miércoles, 17 de mayo de 2023

Tokio Blues (fragmento II)

 -No puedo hablar bien -dijo Naoko-. Me pasa desde hace un tiempo. Cuando intento decir algo, sólo se me ocurren palabras que no vienen a cuento o que expresan todo lo contrario de lo que quiero decir. Y, si intento corregirlas, me lío aún más, y más equivocadas son las palabras, y al final acabo por no saber qué quería decir al principio. Es como si tuviera el cuerpo dividido por la mitad y las dos partes estuviesen jugando al corre que te pillo. En medio hay una columna muy gruesa y van dando vueltas a su alrededor jugando al corre que te pillo. Siempre que una parte de mí encuentra la palabra adecuada, la otra parte no puede alcanzarla.



Conforme iba avanzando el invierno, los ojos de Naoko parecían ir ganando en transparencia. Una transparencia ausente. Pronto, sin razón aparente, clavaba sus ojos en los míos como si buscara algo, y, cada vez que esto ocurría, me embargaba una extraña e insoportable sensación de soledad. 
Me pregunté si trataba de decirme algo. Quizás era incapaz de expresarlo con palabras. No, antes de traducirlo al lenguaje hablado, tendría que haberlo comprendido ella misma. Por eso no hallaba las palabras. En esas ocasiones, Naoko jugueteaba con el pasador del pelo, se secaba las comisuras de los labios y me clavaba su mirada ausente. De haber podido, hubiese deseado abrazarla, pero siempre me quedé con la duda y desistí. Temía herirla. Seguimos paseando por las calles de Tokio, y ella seguía buscando las palabras en el vacío.