Lo cubrieron de blanco y alrededor de su mandíbula apretaron un pañuelo. Se sintió bello envuelto en su mortaja; mortalmente bello.
Estaba en su ataúd, listo a ser enterrado, y sin embargo, él sabía que no estaba muerto. Que si hubiera tratado de levantarse lo hubiera hecho con toda facilidad. Al menos «espiritualmente». Pero no valía la pena. Era mejor dejarse morir allí; morirse de «muerte», que era su enfermedad. Hacía tiempo que el médico había dicho a su madre, secamente:
-Señora, su niño tiene una enfermedad grave: está muerto. Sin embargo -prosiguió-, haremos todo lo posible por conservarle la vida más allá de la muerte. Lograremos que continúen sus funciones orgánicas por un complejo sistema de autonutrición. Sólo variarán las funciones motrices, los movimientos espontáneos. Sabremos de su vida por el crecimiento que continuará también normalmente. Es simplemente «una muerte viva». Una real y verdadera muerte...
(Gabriel García Márquez)
No hay comentarios:
Publicar un comentario