lunes, 23 de noviembre de 2015

El lamento del perezoso (fragmento)

Apreciado señor Fontini:
He recibido su mensaje. Lo he leído con la atención que merece. Y le aseguro que el problema no está en la instalación sanitaria. A la instalación sanitaria no le pasa nada. No es ya sólo que Sewell no haya encontrado ninguna avería: yo también la revisé palmo a palmo, cuando se produjo el último incidente, con regla y calibradores. El rebosadero de la bañera es de tamaño estándar. Si no nos cree usted ni a mí ni a Sewell (que, a fin de cuentas, es diplomado en fontanería), haga el favor de acudir al inspector municipal, suponiendo que logre usted convencerlo de que acuda, cosa que dudo, una vez oiga las dos versiones de la historia. "Si no es por algún defecto de las cañerías -dirá usted-, cómo es posible que el techo se me haya venido encima en dos ocasiones, mientras cenaba?"
No hay que buscar muy lejos, estoy convencido, para encontrar la explicación; de hecho, podría afirmarse que la tiene usted muy cerca. Creo que debería observar atentamente a su mujer mientras se baña. Si lo hace, podrá captar la siguiente sucesión de hechos:
1) La señora Fontini abre los grifos y deja que se vaya llenando la bañera mientras ella se desviste, busca el champú, quizá sin encontrarlo en seguida, va al armario de la ropa a coger una toalla limpia, etcétera.
2) Mientas está ocupada en todo lo anterior, el nivel de agua de la bañera sube rápidamente, hasta alcanzar el rebosadero, por el que baja a borbotones el líquido sobrante, lo cual a ella no le molesta, porque sabe que hay un calentador eléctrico de agua en el sótano.
3) A continuación se mete en la bañera sin tener en cuenta su considerable bulto ni tampoco la experiencia de Arquímedes y su descubrimiento de que por cada centímetro cúbico de señora Fontini que se sumerge en la bañera habrá su correspondiente centímetro cúbico de agua que alcance el rebosadero.
4) Su mujer no sabe, o lo ha olvidado, que los rebosaderos están para recoger el aumento gradual del agua ocasionado por los grifos, pero que en modo alguno pueden hacer frente a una subida brusca del nivel. Puede que los brazos de su señora, aunque gruesos y firmemente apalancados en los laterales, no estén, sencillamente dicho, a la altura de la tarea, y no sea capaces de ir bajando gradualmente el bulto del cuerpo hasta el fondo de la bañera y, por consiguiente, lo dejen caer de golpe. 
El efecto acumulado de los pasos 1) a 4) es una subida de nivel que rebasa los exiguos diques de la bañera y se derrama, en grandes oleadas de agua caliente, por el suelo del cuarto de baño. Desde allí se abre camino, por efecto de la gravedad, entre las baldosas del suelo y hasta el cielorraso de yeso de la cocina. En dicho punto, el descenso se hace más lento, pero no se detiene, porque el agua va humedeciendo el yeso, hasta dejarlo tan blando que se derrumba precipitosamente sobre su cena de usted. No quiero ser motivo de discordia entre marido y mujer, pero, si no quiere usted que le vaya facturando las sucesivas reparaciones del techo de la cocina, le sugiero que la señora Fontini se pase a la ducha o, si es incapaz de introducirse gradualmente en la bañera, o no le da la gana de hacerlo, también puede usted inventar algún mecanismo que la ayude a bajar, quizá por medio de cables y poleas. Le deseo a usted el mejor de los éxitos en tal empeño, pero, por favor, no clave nada en las paredes. En espera de ello, haga el favor de remitir a la Compañía Whittaker la cantidad de 317 dólares, que es lo que ha costado la reparación del techo. 
                                                          
                                                                        Atentamente,
                                                                        El propietario

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