Entro a una pequeña tienda de libros, casi íntima. Dentro hay sólo una mujer que  parece ancianísima, enroscada sobre si misma, con unos lentes muy gruesos atados  con una cadenita que rodea su cuello. Todo en ella me parece utilitario, como  destinado a lo que hace: Leer. Parece que estuviera desde tiempos inmemoriales  ahí sentada, que viviera en su pequeña librería, que se vistiera con ropa cómoda  para sentarse a leer y que fuera aprobando cada libro que ingresa a los  anaqueles que la rodean por todas partes, llenos de tomos ordenados por  editoriales, por autores, por temas o completamente desordenados como se merece  la literatura miscelánea: Libros, libros, libros, parece que ahí tendría que  estar toda la literatura universal. Parece crecer desde su lectura, brotar en su  entorno.
Unas suaves campanitas, casi mágicas, casi silenciosas tintinean mi llegada. La  ancianita levanta la vista, me mira, se quita los lentes y sonríe. "¡Hola!" me  dice con alegría y produce el efecto mágico que hace fascinante a la literatura:  Sus ojos claros, son tan vivos que la rejuvenecen hasta la inquietud. La alegre  sonrisa la hace atractiva y parece invitar a sentarse a conversar para siempre.  "¿Tiene algo del poeta Gutiérrez Nájera?" le pregunto. Sus ojos se entrecierran  casi imperceptiblemente y su sonrisa sueña con ellos. Recita:
«¡Oh, qué dulce canción! Límpida brota
Esparciendo sus blandas armonías,
Y parece que lleva en cada nota
¡Muchas tristezas y ternuras mías!»
"Es de la Serenata de Schubert" me explica y con una pausa triste continúa: "No.  Nada. Las editoriales no editan a los poetas y menos si son antiguos. Quizás sea  que si la poesía se vendiera dejara de ser arte"; concluye como invitando a  conversar. También sonrío para iniciar una larga divagación sobre poesía y prosa  con ella. Es raro, le comento, que siendo así, si se congrega a un grupo de  gente interesada en producir literatura, éste se consolida en torno a los poetas  y no a los prosistas. Unos pocos aventuran cuentos breves, algún aventurero raro  un relato o una novela y el mayoritario resto hace poesía. "Es más fácil hacer  poesía" comenta sonriendo como si le divirtiera que no haya comprendido yo aún,  algo tan obvio. La contradigo incluso con maldad: "¡Ah! No, no, no. No es así en  modo alguno. Relatar un encuentro como este, darle un toque atractivo, en fin,  sazonarlo con algo, una frase, una sonrisa, es sencillo. De ahí a hacer una  poesía de lo mismo hay un espacio sideral".
"Vieja y por vieja
sabia, como el demonio
sentada en su escritorio
teje poesía y conjuros
silenciosos.
No son verdades
ni son mentiras
las que le traen.
Opiniones, opiniones,
opiniones que tiñen
los ojos de alegría
y de amor los corazones"
Responde con fluidez, así como antes recitara a Gutiérrez Nájera, como si su  memoria sutil fuera infinita y en sus anaqueles estuvieran asequibles todos los  poemas necesarios para cada instante. "¿Y esa, de quién es?" la inquiero. Niega  con su cabecita de peinado gris y desordenado que ofrece más encanto que el más  hermoso de los arreglos jóvenes. "De nadie" dice, "Es fácil hacer poesía"  concluye, y remata: "Es tan breve". Nos sumergimos en una disquisición larga,  larga sobre el tema. Sostiene que cualquiera puede hacer poesía o prosa por  igual, pero la poesía es breve y tiene relaciones tan sencillas y abstractas  como el lenguaje cotidiano, mientras que la prosa, en cualquier género debe  tener una estructura, una argumentación. Necesita un exordio motivante, un  desarrollo de ideas o personajes si es un relato o novela y debe conducir el  pensamiento del lector según el deseo del escritor. "Todo eso" asegura,  desincentiva hasta a los más audaces. Sólo unos pocos son tan locos". Trato de  argumentar en contra de eso: Aseguro que la poesía ha de ser tan bella y  abstracta y condensar tanto sentimiento, tanta razón en tan pocas palabras, que  se requiere una síntesis intelectual superior para hacerla. "No así en la prosa"  le digo. En prosa tengo todo el espacio del mundo para argumentar, describir,  pincelar, detallar, atraer sustraer, encantar y nadie me ataja con las formas:  Todo recurso es válido en prosa, mientras en poesía no.
Discutimos y argumentamos, yo cada vez con más esfuerzo, ella cada vez más  sonriente como un hada que flota en los conceptos. Yo cada vez más arrinconado  en mis argumentos, ella cada vez más maternal, como esas madres que con  paciencia le enseñaban en aquel tiempo a leer y escribir a sus hijos, abriendo  ante ellos toda la magia de las ideas guardadas en papel amarillo para siempre.  Me convence. Me convence que una misma persona puede ser tan inútil o virtuosa  en ambos territorios y si lo hace, su prosa puede ser pésima y lo mismo su  poesía, y sin embargo llegado el momento de hacer, hará poesía porque entre mala  prosa y mala poesía es más fácil hacer mala poesía: Cualquiera hace poesía y de  hecho todos hemos hecho poesía alguna vez. Tal vez lo hayamos hecho en el  silencio de un viaje en tren, en la exaltación del amor, en el paisaje vibrante  de una geografía nueva, pero alguna vez hemos hecho poesía, aun cuando no la  hayamos escrito. El poeta talentoso o el artista innato también hace poesía más  fácilmente que prosa. La poesía es inmediata, es un toque un bocadito y por eso  hay cientos de poetas de bocaditos. La prosa es más que un bocado, en cualquier  caso, ya sea buena o mala. Hay que planificar, cimentar estructuras, poner en  ella las piezas como quien hace un juego en ajedrez, y eso es trabajoso, mucho  más que un bocadito.
"¿Por qué no hablamos de verdaderos poetas y verdaderos escritores?" me dice de  repente, arrugando el ceño. Me encojo de hombros sorprendido. "¡Hagámoslo!" le  digo, no sin cierto temor, ya que no soy un experto en aquello. Nunca me ha  interesado saber de escritores o de poetas, o jamás he sentido el deber de leer  el Ulises de Joyce, o conocer el pensamiento poético de Shakespeare, tampoco  distingo a Garcilaso de Lope de Vega. Mi erudición es más bien pequeña. Más: Mis  gustos son harto clásicos e instintivos. "Elige un verdadero poeta, a tu gusto"  me dice. Me río nervioso y temo que mi elección me delate como entendido en  lugares comunes. Para disimular un poco digo: "¡Qué raro llamarse Federico!,  entre los juncos y la baja tarde". "¡Bah!" responde, "Creí que me la pondrías  difícil. Selecciona un poema de García Lorca". Elijo y recito uno que siempre me  ha sorprendido por sus figuras:
«Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene,
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.»
"¿Te das cuenta?" más afirma que pregunta. Me asegura que cualquiera que hubiera  elegido del Romancero Gitano o de cualquier obra de García Lorca nunca contiene  música suelta como los poemas breves de los breves poetas que son más en número  que los escritores. Preciosa y el aire es un poema redondo como los limones que  Antoñito el Camborio fue arrojando al agua. Hay en él un relato: Preciosa viene  tocando su pandero y encuentra a un agresor, o cree encontrarlo en el sonido del  viento que la persigue:
«Niña deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.»
Ella huye y se refugia en la casa del cónsul inglés. Ahí la tranquilizan con  leche y ginebra que ella rechaza, mientras llorando relata su experiencia.
«Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde.»
El verdadero poeta no hace poesía inútil: Tiene algo que contar y lo hace en  poesía. No es una pobre idea suelta de esos poetas numerosos que dicen de pronto  tres versos:
¡Ay! madre qué enamorado estoy
en esta playa verde
sin piedras ni caracoles.
No son más que un recurso perdido, como la pepita de oro del viejo gambusino. La  poesía verdadera, esa que nunca olvidamos, pesa en versos y en relato: Dibuja a  Antonio Torres Heredia y lo pone camino de Sevilla a ver los toros. Es detenido  con abuso, con injusticia por ser gitano y encerrado en un calabozo. Sus primos,  los hijos de Benamejí lo interceptan y lo agreden porque se dejó detener por la  guardia civil:
«Antonio, ¿quien eres tú?
Si te llamaras Camborio,
hubieras hecho una fuente
de sangre con cinco chorros.
Ni tú eres hijo de nadie,
ni legítimo Camborio.»
Así es la poesía. Hacer un poema sí es más difícil que relatar la misma prosa,  pero estamos hablando, ahora, de poetas verdaderos y escritores. Leer historias  vacías, que son no más que anécdotas de sobremesa, pueden convencer un tiempo,  pero luego hastían. Es por eso que son pocos los escritores que llegan a  asentarse en las estanterías, pero como la prosa es más fácil en este caso que  la poesía, también se lee más y da más negocio. La poesía vacía es más fácil que  parezca estar llena, pero también al meter la mano y hallarla sin nada, aburre  de inmediato. Es así que dos o tres artilugios que relucen como poesía atraen al  aficionado y lo hacen sentirse poeta. Sería necesario incentivar a los que se  ven talentosos, en esa afición, a construir obras más macizas, de buena  envergadura que se pueda llamar poemario que pese como una obra y no como boleto  de carro. El tema no importa. García Lorca monta una obra sobre su visión de  Nueva York, Neruda sobre Machu Picchu y actual o romántico, no importa, así como  Béquer monta sus rimas sobre un amor imaginario, Jorge Manríquez escribe las  coplas a su padre muerto y Zorrilla a un burlador de mujeres háganlo al tráfico  o a los niños asesinados, a la muerte del bosque o al embrujo de unos ojos  antiguos. Que sea mucho más que:
Viejos ojos verdes
cuando los miro me enamoro
si eres mía se encienden
y cuando me los quitas
lloro.
o bien:
«Entre sus brazos vivo.
Entre sus brazos duros quise morir
como un ave mojada.»
           (Nancy Morejón)
Quizás muchos mueran en el intento y algunos otros lleguen a preferir la prosa  que también desata llanto y risas, magia y embrujos al trenzar apropiadamente  las palabras, las ideas y los sentimientos, o maravillen con la razón y el  entendimiento.  
(Kepa Uriberri)
 
1 comentario:
Maravilloso
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