Las deudas me hacían sufrir ¡claro que sí...! Toda la ciudad me miraba irónicamente. Era como si infinitos dedos me arañasen el corazón. Pero el cerebro conseguía a menudo independizarse, pensar sólo en cosas agradables. O podía, simultáneamente, gozar y sufrir por zonas. Ahora he descubierto que el ser es una unidad y sufro enteramente. Por entonces, me bastaba con una taza de café -de pie en la barra de un bar- o con encender un pitillo para cambiar totalmente el estado de ánimo. Ahora, con el vértigo, no puedo estar de pie; y el olor del bar me marea; y no puedo fumar. Y nada, ni un cataclismo, cambiaría mi estado de ánimo.
Lo siento por mí, mucho, mucho. Porque tenía una gran capacidad para ser feliz y mi madre profetizó muchas veces que lo sería.
Pero lo siento más aún por mi mujer, cuyos ojos luchan, pero están tristes.
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A veces, veía de lejos a mi padre. Caminaba arrastrando un poco los pies, con el sombrero colocado con descuido. Había en él algo de fatiga moral, prematura. Parecía estar pensando puñales. Yo lo seguía a distancia, avergonzado. Sabía que algunos de estos puñales eran míos.
Mi madre ha tenido siempre más energía. Ha sido siempre más fanática. Cree con firmeza en unas cuantas cosas y esto ayuda mucho. Yo no creo sino en la Duda y si llevara sombrero éste me colgaría de una oreja.
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Mi mujer, mezcla de espíritu infantil y de madurez, siempre soñaba con pequeños y grandes inventos prácticos.
-¿Por qué no se inventan, para el invierno, unos zapatos con suela calorífera?
-¿Por qué no se envasa, en verano, la energía solar?
-¿Por qué no hay medias cuyos puntos no se corran?
-¿Por qué hay que llevar durante nueve meses el hijo en el vientre?
Ahora querría inventar algo que me curara la depresión. A veces, en la terraza, medita, comiéndose pedazos de piel. Medita esto, no cabe duda. Querría verme reír. Con oírlo no le bastaría. Porque no hay sonidos que puedan parecerse tanto como los de la risa y el llanto.
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