sábado, 14 de marzo de 2020

Inicio de "Algo flota sobre el agua"



La tarde otoñal, tempranamente obscurecida, cubría el enorme río... Llamaban al Ángelus desde la torre de los minoritas. Las campanadas se perdían en el viento. Era el año de gracia de... hacia fines de noviembre. El viento se hacía más y más fuerte. Parecía arrastrar consigo la obscuridad desde el pueblo.
Más allá del gran río, en la ribera opuesta, donde el viejo bosque de encinas aun destacaba su negrura contra el dorado y pardo crepúsculo, manos invisibles asediaban una poderosa encina. 
Los hachazos caían sordamente sobre el agua que los devolvía, yendo a retumbar, huecos, contra la despedazada orilla. Después se oyó cómo la enorme encina se desplomaba con un terrible suspiro. En su caída crujió durante largo tiempo, mientras los leñadores gritaban confusamente. 
Aquí, a este lado, parecía como si el potente río, en su ciega furia, hubiera desgarrado la alta y abismal orilla. Raíces de decrépitos sauces pendían de la rasgada ribera, raíces sinuosas y gruesas como las tripas de un cuerpo despanzurrado. Más allá, un álamo partido mostraba sus blancos huesos. La orilla, al internarse en el agua, parecía un gigantesco y deforme ciervo, de frente de roca y cuernos de sauce, metido hasta las rodillas en el agua, refrescando sus horribles heridas. Porque la última crecida la había destrozado ignominiosamente. Las olas habían penetrado en sus carnes vivas cual las garras de un león enfurecido:
Saúcos, espinacas, artemisas, espinas, lampazos y demás malezas, con sus hojas enrojecidas en su marchitez otoñal, parecían grandes manchas de sangre seca. Aún de día era difícil ver a través del gigantesco río. Ahora, en la otra orilla, los contornos del gran bosque se deshacían, poco a poco, en la obscuridad. Sólo el río, mientras domado en apariencia se revolvía en su lecho, llevaba en su espuma una tenue luz cobriza. 

Lajos Zilahy

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