"El rey habló de forma ausente, como si más que dirigirse a los presentes hablara consigo mismo.
-¿He sido un necio? -dijo lentamente-. ¿He sido un necio por no fijarme en los animales?
-¡Necio! -gritó el mago, volviendo a sentirse triunfante-. ¡Por fin surge una migaja de verdad de unos labios humanos!
E inmediatamente saltó a lomos de su caballo de batalla, dispuesto a salir galopando en todas direcciones.
-Los seres humanos son tan caraduras -exclamó- que le dejan a uno patitieso. Empezad por el impensable universo; reducid la escala hasta fijaros en el pequeño sol que hay en él; pasad a ese satélite del sol al que nos gusta llamar la Tierra; mirad por un momento a la miríada de algas o como se llamen que viven en el mar, y a los innumerables microbios, cada vez más diminutos, que nos pueblan a nosotros mismos. Echad una ojeada a este cuarto de millón de especies de las que os he hablado antes, y a los períodos inabarcables de tiempo a lo largo de los cuales han vivido. Y ahora mirad al hombre, a este advenedizo cuyos ojos, hablando desde el punto de vista de la Naturaleza, apenas puede decirse que estén más abiertos que los de un cachorro de perro recién nacido. Ahí tenéis a esa pobre caricatura grotesca, ahí le tenéis. Se llama a sí mismo Homo Sapiens, gran acierto en verdad, ¡y se proclama señor de la creación, coronándose a sí mismo como el bobo de Napoleón! Ahí le tenéis, dándose aires de superioridad ante los demás animales; ¡dándose aires de superioridad incluso -que Dios se apiade de su alma- ante sus antepasados! ¡Es la Gran Hybris Victoriana, la asombrosa, la inefable arrogancia del siglo XIX! ¡Mirad esas novelas históricas de Scott, en las que se hace hablar a los hombres -sólo porque vivieron doscientos años atrás- con voz campanuda! El hombre, en su orgullo, llega a afirmar en el siglo XX que la raza ha "progresado" en el curso de apenas un millar de años, pero se afana al mismo tiempo en hacer saltar en pedazos a sus hermanos. ¿Cuándo aprenderán que a un pájaro le cuesta un millón de años modificar una sola ala primaria? Ahí tenéis a este enorme patán que afirma que todo ha cambiado porque ha inventado el motor de explosión. Ahí le tenéis, tieso como un espárrago desde que Darwin le habló de la existencia de algo que se llama evolución. Sin tener en absoluto en cuenta que la evolución es desarrollada a lo largo de ciclos que duran millones de años, el hombre cree haber evolucionado entre la Edad Media y el siglo XX. Quizás haya evolucionado el motor de explosión, pero lo que es él... Miradle soltar risillas disimuladas cuando se compara con quienes fueron sus progenitores, por no hablar de su actitud despectiva frente a los demás tipos de mamíferos. ¡Qué frescura tan auténtica y pasmosa! ¡Y atreverse a hacer a Dios a su propia imagen! Creedme, las razas llamadas primitivas, que adoraban a los animales como si se tratara de dioses, no eran tan imbéciles como la gente ha podido creer. Al menos, eran humildes. ¿Y por qué no podía descender Dios a la tierra en forma de lombriz? Hay muchísimas más lombrices de tierra que hombres, y son mucho más beneficiosas que ellos. ¿Y, además, a qué viene tanto jaleo? ¿En qué consiste esa maravillosa superioridad del siglo XX sobre la Edad Media, y de la Edad Media sobre las razas primitivas y las bestias de los campos? ¿Acaso muestra el hombre un control tan perfecto de su Poder, su Ferocidad y su Propiedad? ¿Qué hace el hombre? ¡Carnicerías entre los miembros de su propia especie, como un caníbal! ¿Sabíais que se ha calculado que durante los años que van de 1100 al 1900, los ingleses pasaron en guerra cuatrocientos diecinueve años, y los franceses trescientos setenta y tres? ¿Sabíais que Lapouge ha admitido que cada siglo mueren en Europa de forma violenta diecinueve millones de hombres, de forma que la sangre derramada bastaría para que una fuente de sangre manase setecientos litros por hora desde el comienzo de la historia? Y querido amigo, déjame decirte esto: excluyendo al hombre, en la Naturaleza misma la guerra es tan rara que apenas existe. De todas estas doscientas cincuenta mil especies, sólo hacen la guerra una docena aproximadamente. Si alguna vez la Naturaleza se dignara a mirar a esa pequeña atrocidad que se llama hombre, sufriría tal conmoción que perdería el sentido.
Y para terminar -concluyó el mago cerrando el discurso con un estilo más fácil-, y dejando a un lado la ética, ¿tiene acaso esa odiosa criatura alguna importancia ni siquiera desde el punto de vista físico? ¿Crees que la Naturaleza se vería obligada a fijarse en él más que en el pulgón o en el pólipo coralino, a causa de los cambios que ha introducido en la superficie de la Tierra?
El rey, aturdido por tan prolongada demostración de retórica, dijo con mucha educación:
-Pues claro que sí. Las cosas que hemos hecho nos confieren cierta importancia, ¿no?
-¿Cómo? -preguntó en tono fiero su preceptor.
-Bien, no es difícil. Por ejemplo, los edificios que hemos construido sobre la tierra, y las ciudades, y los campos que ahora pueden ser cultivados...
-El Gran Arrecife de Australia -observó Arquímedes mirando al techo- es una construcción de miles de kilómetros de longitud y fue hecho por unos pólipos.
-Pero eso no es más que un arrecife...
Merlín arrojó su sombrero al suelo, de la forma que solía hacerlo.
-Pero ¿es que no puedes pensar de una forma impersonal? -preguntó-. El pólipo de coral tendría entonces el mismo derecho que tú a decirte que Londres no es más que una ciudad.
-Aún así, si se pusieran una al lado de la otra a todas las ciudades del mundo...
-Si tú traes todas las ciudades del mundo -dijo Arquímedes-, yo traeré todas las islas y atolones de coral. Entonces haremos una comparación en serio, y ya veremos.
-Bien, pues es posible que los pólipos de coral sean más importantes que los hombres, pero eso no es más que una sola especie...
-Me parece que el Comité -dijo la cabra maliciosamente- tenía una nota por algún lado sobre los castores donde se decía que han construido mares y continentes...
-Los pájaros -empezó Balin fingiendo una exagerada indiferencia-, transportando semillas en sus excrementos, han hecho bosques tan enormes que...
-Y los conejos -interrumpió el erizo- estuvieron a punto de despoblar Australia.
-Y qué me decís de los Foraminifera: las rocas blancas de Dover están hechas por sus cuerpos...
-Las langostas...
Merlín levantó su mano:
-Explicadle lo que es capaz de hacer una humilde lombriz de tierra -dijo majestuosamente-.
Y entonces todos los animales se pusieron a recitar a la vez:
-El naturalista Darwin ha señalado que existen unas cien mil lombrices en cada hectárea de tierra, que, solamente en Inglaterra, revuelven cada años trescientos veinte mil millones de toneladas de tierra, y que pueden ser encontradas en prácticamente todas las regiones del planeta. En sólo treinta años llegan a alterar en una profundidad de quince centímetros toda la superficie de la tierra. Como muy bien dice el inmortal Gilbert White: "Sin las lombrices de tierra, el planeta no tardaría en enfriarse. Su superficie se endurecería, dejaría de producirse la fermentación y, en consecuencia, la tierra se volvería estéril".
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