Aquí os dejo un fragmento de "Leviatán" del genial Paul Auster, es la descripción que hace del protagonista, con el que comparto muchos rasgos y me siento identificada. Tal vez al leerlo consigáis conocerme también un poco a mí.
"No creo que nadie me haya desarmado nunca tan totalmente como lo hizo Sachs aquella tarde. Entró a saco desde el principio, asaltando mis mazmorras y escondites más secretos, abriendo una puerta cerrada tras otra.
Según descubrí más tarde, era una actuacìón típica de él, casi un ejemplo clásico de su forma de moverse por el mundo. Nada de andarse por las ramas, nada de guardar distancias; arremángate y empieza a hablar. No le costaba ningún esfuerzo entablar conversación con absolutos desconocidos, lanzarse a hacer preguntas que nadie más se habría atrevido a hacer y, con mucha frecuencia, salirse con la suya.
Uno tenía la impresión de que no había aprendido nunca las reglas, que, puesto que carecía por completo de inhibiciones, esperaba que todo el mundo fuese tan franco como él. Y sin embargo había siempre algo impersonal en su interrogatorio, como si no estuviese intentando establecer un contacto humano contigo sino más bien intentando resolver para sí algún problema intelectual.
Esto daba a sus comentarios cierto matiz abstracto, lo cual inspiraba confianza, te predisponía a contarle cosas que en algunos casos ni siquiera te habías dicho a ti mismo.
Nunca juzgaba a nadie cuando le conocía, nunca trataba a nadie como a un inferior, nunca hacía distinciones entre las personas por su condición social. Un camarero le interesaba tanto como un escritor, y si yo no me hubiese presentado ese día, probablemente habría pasado dos horas hablando con el mismo hombre con el cual yo no me había molestado en cruzar ni diez palabras. Sachs le presuponía automáticamente una gran inteligencia a la persona con la que hablaba, confiriéndole así una sensación de dignidad e importancia. Creo que esa era la cualidad que más admiraba en él, esa habilidad innata para sacar lo mejor de los demás.
A veces parecía un tipo raro, un excéntrico con la cabeza en las nubes, permanentemente distraído por oscuros pensamientos y preocupaciones, y sin embargo me sorprendía una y otra vez con cien pequeñas muestras de su atención. Como todo el mundo, sólo que quizá más que otros, conseguía combinar una multitud de contradicciones en una única y compacta presencia. Estuviera quien estuviera, siempre parecía sentirse a gusto en su entorno, a pesar de que raras veces he conocido a nadie que fuese tan torpe, tan inepto físicamente, tan inútil para realizar las acciones más sencillas.
Durante toda nuestra conversación de aquella tarde no paró de tirar su abrigo del taburete. Debió de suceder seis o siente veces, y una de ellas, cuando se agachó para recogerlo, incluso se dio con la cabeza en la barra. No obstante, según descubrí más tarde, Sachs era un excelente atleta. Había sido el principal anotador del equipo de baloncesto de su colegio, y en todos los partidos de uno contra uno que jugamos a lo largo de los años, no creo que le ganara más de una o dos veces.
Era locuaz y a menudo descuidado al hablar, pero su literatura se caracterizaba por una gran precisión y concisión, un auténtico don para la frase adecuada. El hecho de que escribiera, por otra parte, me parecía muchas veces un enigma.
Estaba demasiado volcado hacia fuera, demasiado fascinado por los demás, demasiado contento entre las multitudes, para dedicarse a una ocupación tan solitaria. Pero la soledad apenas le perturbaba y siempre trabajaba con tremenda disciplina y fervor, encerrándose a veces durante varias semanas seguidas para terminar un proyecto.
Dado su carácter y su particular modo de mantener vivas todas las facetas de su personalidad, uno suponía que Sachs no estaba casado. Parecía demasiado desarraigado para la vida doméstica, demasiado democrático en sus afectos para ser capaz de mantener relaciones íntimas con una sola persona. Pero Sachs se casó joven, mucho más joven que nadie que yo conociese, y mantuvo vivo ese matrimonio durante cerca de veinte años.
Tampoco era Fanny la clase de esposa que parecía especialmente adecuada para él. En caso de necesidad, yo podría haberle imaginado con una mujer dócil y maternal, una de esas esposas que permanece contenta a la sombra de su marido, dedicada a proteger a su hombre-niño de los aspectos prácticos del mundo cotidiano.
Pero Fanny no era ni remotamente así. La compañera de Sachs era en todo su igual, una mujer compleja y sumamente inteligente que tenía una vida propia e independiente, y si él consiguió conservarla durante esos veinte años fue únicamente porque se lo ganó a pulso, porque tenía un enorme talento para entenderla y mantenerla en equilibrio consigo misma. El talante dulce de Sachs sin duda ayudó al matrimonio, pero no quisiera poner demasiado énfasis en ese aspecto de su carácter.
A pesar de su dulzura, Sachs podía ser rígidamente dogmático en su manera de pensar, y había veces en que se desataba en salvajes ataques de ira, estallidos de cólera verdaderamente terroríficos. Éstos no iban dirigidos tanto a la gente que quería como al mundo en general. Las estupideces del mundo le asombraban y, bajo su jovialidad y buen humor, uno percibía a veces un profundo poso de intolerancia y desprecio.
En casi todo lo que escribía se percibía el filo de la irritación y el combate, y a lo largo de los años fue adquiriendo fama de problemático. Supongo que se lo merecía, pero en última instancia esto era una pequeña parte de su personalidad.
La dificultad estriba en definirle de un modo concluyente. Sachs era demasiado imprevisible para eso, tenía un espíritu demasiado amplio e ingenioso, demasiado lleno de ideas nuevas para quedarse en el mismo sitio mucho tiempo.
A veces me resultaba agotador estar con él, pero nunca aburrido. Sachs me tuvo en vilo durante quince años, desafiándome y provocándome constantemente, y mientras estoy aquí sentado tratando de explicar cómo era, apenas puedo imaginar mi vida sin él."
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