jueves, 27 de agosto de 2020

Un grito de amor desde el centro del mundo (fragmento IV)

 Media hora después, los padres de Aki salieron de la habitación. Su madre, presionándose el pañuelo contra los ojos, me dijo con voz lacrimosa:

-Ve con ella.

Siguiendo las indicaciones de la enfermera, me puse ropa aséptica, el gorro, los guantes. Aki estaba en una habitación aislada. Llevaba la aguja de la instilación en un brazo y la máscara de oxígeno. Cuando le tomé la mano libre, abrió los ojos en silencio. Estábamos solos en la habitación.

-Tenemos que despedirnos -dijo ella-. Pero no estés triste.

Sacudí la cabeza con desmayo. 

-Dejando aparte que mi cuerpo ya no estará aquí, no hay por qué estar triste -prosiguió tras hacer una pausa-. Y sí, ¿sabes? me da la sensación de que el paraíso sí existe. Empiezo a sentirme como si esto ya lo fuera.

-Vendré enseguida- logré decirle, al fin.

-Te espero -Aki esbozó una sonrisa fugaz-. No hace falta que te des prisa. Aunque no esté aquí, yo siempre estaré contigo.

-Ya lo sé.

-Encuéntrame otra vez, ¿vale?

-Te encontraré enseguida. 




viernes, 21 de agosto de 2020

Un grito de amor desde el centro del mundo (fragmento III)

 De pronto, tuve una horrible certeza. Por más tiempo que viviera, jamás podría esperar una felicidad mayor que la que sentía en aquel momento. Lo único que podía hacer era intentar conservarla para siempre. Me horrorizó la felicidad que sentía. Si la porción de dicha que corresponde a cada uno estaba fijada de antemano, en aquellos instantes quizá estuviera agotando la parte que a mí me correspondía para mi vida entera, y, algún día, los mensajeros de la luna me arrebatarían a mi princesa. Entonces sólo me quedaría un tiempo tan largo como la vida eterna. 

De pronto, me di cuenta de que Aki me estaba mirando. ¿Tan seria era mi expresión? Porque la sonrisa que ella esbozaba se borró súbitamente de su rostro. 

-¿Qué te pasa?

Negué con un forzado movimiento de cabeza.

-Nada.

Después de clase, todos los días regresábamos juntos a casa. Recorríamos el camino de vuelta tan despacio como nos era posible. A veces, para disponer de más tiempo, dábamos un rodeo. Con todo, en un santiamén llegábamos a la bifurcación donde teníamos que separarnos. Era extraño. Aquel camino, cuando lo recorría solo, me parecía largo y aburrido, pero cuando iba con Aki, charlando, hubiera querido seguir andando eternamente. Ni siquiera notaba el peso de la cartera atiborrada de libros de texto y diccionarios.

<<Posiblemente, en la vida nos ocurra lo mismo>>, pensé unos años más tarde. <<Una vida solitaria se hace larga y tediosa. Sin embargo, cuando la compartes con la persona amada, en un santiamén llegas a la bifurcación donde tienes que decirle adiós>>. 

jueves, 20 de agosto de 2020

Un grito de amor desde el centro del mundo (fragmento)

A mí me parecía una ciudad maldita. Todo estaba igual que cuatro meses atrás. Durante aquellos cuatro meses, una estación había sucedido a otra estación y, en Australia, la primavera incipiente había dado paso al pleno verano. Pero nada más. Sólo eso.

Íbamos a pasar la noche en el hotel y a regresar en el vuelo de la mañana siguiente. La diferencia horaria con Japón es muy pequeña, de modo que, desde nuestra salida, el tiempo había transcurrido tal cual. Después de cenar, me tendí en la cama y me quedé absorto con la mirada clavada en el techo. Y me dije a mí mismo: "Aki no está".

Tampoco estaba cuatro meses atrás. La dejamos en Japón cuando vinimos de viaje de estudios, los de la clase de bachillerato. Desde una ciudad japonesa cerca de Australia hasta una ciudad australiana cerca de Japón. En una ruta así, no hay que hacer escala a medio camino para repostar combustible. Por esa curiosa razón aquella ciudad había entrado en mi vida. La había encontrado hermosa. Todo cuanto veía me parecía diferente, exótico, fresco. Aki existía. Aki lo estaba viendo a través de mis ojos. Pero ahora, vea lo que vea, no siento nada. ¿Qué diablos debería mirar yo aquí?

Eso es porque Aki se ha ido. Porque la he perdido. Ya no hay nada que desee ver. Ni en Australia, ni en Alaska, ni en el Mediterráneo, ni en la Antártida. En este mundo, vaya a dónde vaya, siempre me sucederá lo mismo. Por más maravilloso que sea el paisaje que tenga ante los ojos, nunca me emocionaré; la más hermosa de las vistas no me gustará. Ha desaparecido la persona que me hacía desear ver, saber y sentir..., incluso vivir. Ella ya no volverá a estar jamás a mi lado.

Sólo cuatro meses. Sucedió en el tiempo en que una estación da paso a la otra. Una chica se fue sin más de este mundo. Un hecho insignificante, sin duda, si a ella la consideras uno entre seis mil millones de seres humanos. Pero yo no estoy con esos seis mil millones. A mí, una sola muerte me ha despojado de todas mis emociones. Aquí es donde estoy yo. Donde me encuentro sin ver nada, sin oír nada, sin sentir nada. Pero ¿estoy aquí realmente? Y si no, ¿dónde estoy entonces?

Un grito de amor desde el centro del mundo (fragmento)

 "Poco después de que despegara el avión, me dormí. Y tuve un sueño. Soñé con Aki, cuando todavía estaba bien. En el sueño, ella me sonreía. Con su sonrisa de siempre, un poco cohibida. <<¡Sakuchan!>>, me llamaba. Su voz permanece claramente en mis oídos. <<¡Ojalá el sueño fuera realidad y la realidad fuese un sueño!>>, pienso. Pero es imposible. Por eso, al despertarme, siempre estoy llorando. No es porque esté triste. Es que, cuando regreso a la realidad desde un sueño feliz, me topo con una fisura que me es imposible franquear sin verter lágrimas. Y eso, por más veces que me ocurra, siempre es así."