viernes, 26 de agosto de 2016

El libro de los Baltimore (fragmento)

"-Mi porvenir son los libros -le contesté-. No su estúpida película.
-Ay, por favor se lo pido, déjese de cancioncillas revolucionarias que ya nadie se cree. Los libros pertenecen al pasado, hombre de Dios.
-Huy, Roy, ¿cómo puede usted decir eso?
-Vamos, no se me ponga triste, mi querido Goldman. Dentro de veinte años la gente ya no leerá. Así son las cosas. Estarán muy ocupados haciendo el bobo con el móvil. ¿Sabe, Goldman? La edición ya ha pasado a la historia. Los hijos de sus hijos mirarán los libros con la misma curiosidad con que nosotros miramos los jeroglíficos de los faraones. Le dirán «Abuelo, ¿para qué servían los libros?», y usted contestará: «Para soñar. O para talar árboles, ya no me acuerdo». Y entonces ya será demasiado tarde para despertarse: la estulticia de la humanidad habrá alcanzado el nivel crítico y nos mataremos entre nosotros por culpa de la estupidez congénita (lo que, de hecho, ya está pasando más o menos). 
El porvenir ya no está en los libros, Goldman.
-¿Ah, no? ¿Y dónde se encuentra ese porvenir suyo, Roy?
-¡En el cine, Goldman, en el cine!
-¿En el cine?
-¡El cine, Goldman, ese es el porvenir! ¡Ahora la gente quiere imágenes! ¡La gente ya no quiere pensar, quiere que la guíen! Está esclavizada de la mañana a la noche y cuando vuelve a casa, se siente perdida: su amo y patrono, esa mano bienhechora que la alimenta, no está ahí para pegarle y conducirla. Afortunadamente, está la televisión. El hombre la enciende, se prosterna y le entrega su destino. ¿Qué debo comer, amo?, le pregunta a la televisión. ¡Lasaña congelada!, le ordena la publicidad. Y se va de cabeza a meter en el microondas el comistrajo ese. Luego vuelve a hincarse de rodillas y pregunta de nuevo: Amo, ¿y qué debo beber? ¡Coca-cola hiperazucarada! le grita la televisión, irritada. Y venga a dar órdenes: ¡Sigue zampando, cerdo, sigue zampando! Que las carnes se te pongan sebosas y fláccidas. Y el hombre obedece. Y el hombre se empapuza. Luego, pasada la hora de comer, la tele se enfada y cambia de anuncios: ¡Estás gordísimo, eres feísimo! ¡Corre a hacer gimnasia! ¡Ponte guapo! ¡Y usted de compra unos electrodos que le esculpen el cuerpo, unas cremas que le inflan los músculos mientras duerme, unas pastillas mágicas que hacen por usted toda esa gimnasia que usted ya no hace porque está digiriendo pizza! Así funciona el ciclo de la vida, Goldman. El hombre es débil. Por instinto gregario, le gusta apiñarse en unas salas oscuras que se llaman cines. Y ¡bum! Lo bombardean con anuncios, palomitas, música, revistas gratuitas y, justo antes de la película, tráilers que le dice: «¡Pazguato, te has equivocado de película, vete a ver esta otra, que es mucho mejor!». ¡Si, pero resulta que usted ya ha pagado la entrada, está atrapado! Así que tendrá que volver para ver esa otra película, y también pondrán antes un tráiler que le recordará que no es más que un pobre pardillo, y usted, desgraciado y deprimido, se irá a engullir refrescos y helados de chocolate carísimos durante el descanso para olvidarse de su mísera existencia. Puede que ya solo quede usted, y también un puñado de resistentes, amontonados en la última librería del país, pero no podrán luchar indefinidamente: la horda de zombis y esclavos acabará ganando".

(Jöel Dicker)

El libro de los Baltimore (fragmento: a las madres)

"Por el camino, mi madre me decía que me quería y que ya me estaba echando de menos. Antes de dejarme subir al vagón, me alargaba un cucurucho de papel con unos sándwiches que había comprado en el mismo sitio que el café y me obligaba a prometerle que iba a portarme bien y ser educado. Me daba un abrazo y aprovechaba para meterme un billete de veinte dólares en el bolsillo, luego me decía:
-Te quiero, cariño.
Entonces me plantaba dos besos en la mejilla, aunque a veces eran tres o cuatro. Decía que con uno no bastaba, aunque a mí me parecía que había más que de sobra. Cuando lo pienso ahora, me guardo rencor por no haberle dejado darme diez besos cada vez que me iba. Me guardo rencor incluso por haberme marchado, dejándola, tantas veces. Me guardo rencor por no haberme acordado lo suficiente de lo efímeras que son las madres y de no haberme repetido más a menudo: quiere a tu madre."

(Jöel Dicker)

miércoles, 17 de agosto de 2016

La verdad sobre el caso Harry Quebert (fragmentos)


"- Harry, si tuviera que quedarme con una sola de sus lecciones, ¿cuál sería?
 - Le devuelvo la pregunta
 - Para mí sería la importancia de saber caer.
 - Estoy completamente de acuerdo con usted. La vida es una larga caída, Marcus. Lo más importante es saber caer."
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"- Me gustaría convertirme en un grandísimo escritor. Vender millones y millones de libros.
Abrió los ojos como platos y vi sus órbitas brillar en la noche como dos lunas.
- Seguro que lo consigues, Marc. ¡Eres un tío fantástico!
Y yo pensé que una estrella fugaz era una estrella muy bonita que tenía miedo de brillar, y huía lo más lejos posible. Un poco como yo."
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"- Marcus, ¿sabe cuál es el único modo de medir cuánto se ama a alguien?
- No.
- Perdiendo a esa persona."



martes, 16 de agosto de 2016

Rayuela

"No estábamos enamorados, hacíamos el amor con un virtuosismo desapegado y crítico, pero después caíamos en silencios terribles y la espuma de los vasos de cerveza se iba poniendo como estopa, se entibiaba y contraía mientras nos mirábamos y sentíamos que eso era el tiempo"

Julio Cortázar

martes, 9 de agosto de 2016

¿Lo reconoces?

"... Convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta el tubo de dentífrico."

"... aún así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos". 

"Ella sufre en alguna parte. Siempre ha sufrido. Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la noche, su puente el Pont des Arts."


"Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos."