jueves, 3 de mayo de 2012

El ecologista escéptico (fragmento)

La contaminación atmosférica en el pasado

Hace al menos seis mil años que se conoce la contaminación atmosférica procedente del plomo, cuya primera alarma notable apareció en tiempos de los griegos y los romanos. Quinientos años antes de Cristo, el plomo contenido en el aire de Groenlandia superaba en cuatro veces al de las civilizaciones europeas antes de que comenzaran a fundir metales. En la Roma antigua, Séneca se quejaba del "pestilente, sucio y denso aire" de la ciudad. 
En 1257, cuando la reina de Inglaterra visitó Nottingham, encontró el fétido olor del humo del carbón ardiendo tan insoportable que llegó a temer por su propia vida. En 1285, el aire de Londres estaba tan contaminado que el rey Eduardo I estableció la primera comisión sobre contaminación atmosférica de la historia, y veintidós años después prohibió la quema de carbón, aunque esta norma nunca se cumplió. 
En el siglo XIV se intentó prohibir que la basura fuera arrojada al río Támesis y a las calles de Londres, con el fin de evitar el tremendo olor que provocaba, pero sin éxito. En 1661, John Evelyn afirmaba que "la mayoría de los londinenses respiran una sucia y fina niebla, acompañada por un vapor fuliginoso y asqueroso, que destroza los pulmones". [...] La ciudad estaba tan contaminada que el poeta Shelley escribió: "El infierno debe de ser muy parecido a Londres, una ciudad abarrotada de gente y de humo". 
Gran parte de la contaminación procedía del carbón mineral, materia prima muy barata que contiene un alto grado de azufre, y del carbón vegetal, que se utilizaban en la industria desde el siglo XIII. La deforestación que sufrieron los alrededores de Londres encareció la madera, y desde comienzos del siglo XVII en las casas particulares se empezó a quemar carbón en grandes cantidades, lo que multiplicó por veinte su consumo durante los cien años siguientes. 
El deterioro del aire llevó a muchos ciudadanos a protestar a finales del siglo XVII. Mucha gente comprobó que los edificios se estaban picando y que las estructuras de hierro se corroían mucho más deprisa. Incluso antes de terminar la restauración de la catedral de San Pablo, el edificio volvió a estar ennegrecido. [...]
Las consecuencias son muy diversas. Mientras en el siglo XVIII la niebla cubría Londres unos veinte días al año, a finales del siglo XIX la cifra superaba los sesenta días. Por lo tanto, no es sorprendente el hecho de que Londres reciba un 40% menos de luz solar que los pueblos de sus alrededores. De forma similar, las tormentas eléctricas se duplicaron en Londres desde principios del siglo XVIII a finales del siglo XIX.
La densa contaminación provocó un aumento considerable en los fallecimientos humanos. No obstante, la gente empezó a darse cuenta de una cierta relación entre la contaminación y las enfermedades. No es casual que la bronquitis se conociera inicialmente como la "enfermedad británica". La última niebla severa de diciembre de 1952 se cobró la vida de unos cuatro mil londinenses en tan sólo siete días.